Tlön uqbar orbis tertius ciudad seva

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En el vago programa inicial figuraban los “estudios herméticos”, la filantropía y la cábala. Entonces Bioy Casares recordó que uno de los heresiarcas de Uqbar había declarado que los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres. Nos acostamos, pero no nos dejó dormir hasta el alba la borrachera de un vecino invisible, que alternaba denuestos inextricables con rachas de milongas -más bien con rachas de una sola milonga.

This Irish philosopher (whose name also survives in an American university: the University of California, Berkeley was named after him) is best-known for his theory of subjective idealism, which is often summarised as ‘if a tree falls in the forest and there’s nobody to hear it, does it make a sound?’ (Berkeley’s answer would be ‘no’, since things only exist when they are perceived by humans.)

For Berkeley, and for the inhabitants of Tlön, matter, or material substance – that is, real physical ‘stuff’ – doesn’t exist, but is merely an idea perceived by the mind.

Básteme recordar que las contradicciones aparentes del Onceno Tomo son la piedra fundamental de la prueba de que existen los otros: tan lúcido y tan justo es el orden que se ha observado en él. Ese arriesgado cómputo nos retrae al problema fundamental: ¿Quiénes inventaron a Tlön? El libro estaba redactado en inglés y lo integraban 1001 páginas.

Le dije, sin faltar a la verdad, que me gustaría ver ese artículo. Entre ellas -con un perceptible y tenue temblor de pájaro dormido- latía misteriosamente una brújula. Otra, que el universo es comparable a esas criptografías en las que no valen todos los símbolos y que sólo es verdad lo que sucede cada trescientas noches.

En vano un chico trató de recoger ese cono. La aguja azul anhelaba el norte magnético; la caja de metal era cóncava; las letras de la esfera correspondían a uno de los alfabetos de Tlön. Días antes, había recibido del Brasil un paquete sellado y certificado. Para facilitar el entendimiento de esa tesis inconcebible, un heresiarca del undécimo siglo3 ideó el sofisma de las nueve monedas de cobre, cuyo renombre escandaloso equivale en Tlön al de las aporías eleáticas.

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El espejo inquietaba el fondo de un corredor en una quinta de la calle Gaona, en Ramos Mejía; la enciclopedia falazmente se llama The Anglo-American Cyclopaedía (New York, 1917) y es una reimpresión literal, pero también morosa, de la Encyclopaedia Britannica de 1902. Nadie sabía nada del muerto, salvo “que venía de la frontera”.

Manuales, antologías, resúmenes, versiones literales, reimpresiones autorizadas y reimpresiones piráticas de la Obra Mayor de los Hombres abarrotaron y siguen abarrotando la tierra. Yo no hago caso, yo sigo revisando en los quietos días del hotel de Adrogué una indecisa traducción quevediana (que no pienso dar a la imprenta) del Urn Burial de Browne.

 


1.

Abundan individuos que dominan esas disciplinas diversas, pero no los capaces de invención y menos los capaces de subordinar la invención a un riguroso plan sistemático. El plural es inevitable, porque la hipótesis de un solo inventor -de un infinito Leibniz obrando en la tiniebla y en la modestia- ha sido descartada unánimemente.